sábado, 30 de enero de 2010

cartas sin buzón para gente sin destino 4


Estuvimos hablando largo y tendido y lo que era una comida acabo por ser una larga remesa. Yo estaba en otra esfera lo suficientemente alejada como para ponerme a estudiar. Y Oli me escuchaba, me escuchaba interesada.
Nunca antes me había sentido escuchada y ahora me daba cuenta, tenia que cumplir 18 años para enterarme. Era una sensación rara y tranquilizadora, por que la alegría reprimida se convirtieron en palabras y fluían entre risas y nervios, y ella me aportaba con sus consejos, con su paciencia, escuchándome.

Llegue a casa y comencé a soñar. Fue en ese preciso instante donde la alegría y los nervios me llevarían a la tierra en un futuro.
Sin embargo llegaban las noches y ahí estaba mi chico, George abrazándome, bailando una suave canción a la luz de la luna o susurrándome al oído cuanto me quería.
Así cada noche me iba a la cama, cada noche una historia distinta con la que deleitar al cerebro haciéndole creer que de verdad eso ocurría.

Aquella noche soñé con el, no siempre podía recordarlo, sin embargo aquella noche fue una de estas en las que a mitad de sueño te levantas perturbada por no saber si lo que vives en tu interior es cierto y de la emoción es como si te tirasen un vaso de agua fría en toda la cara y de repente te estrellases con la realidad: tu cama, tu cuarto, el frío de la noche, y una decepción del tamaño de un gigante por no ser cierto.